jueves, 22 de mayo de 2008

Los autores muertos y el animal moribundo

Hoy les quiero ilustrar con un precepto fundamental: la literatura actual es pura bazofia. Yo, en mi ilustre biblioteca sólo tengo libros de autores que murieron hace 100 años como mínimo. No, lectores. No tiene nada que ver con la necrofilia, es que la única forma de asegurarme de que voy a leer un libro aceptable y decente es que su autor pertenezca a otros tiempos mejores que esta repugnante modernidad.

No obstante, y para que vean lo abierto de miras que soy, de vez en cuando cojo un libro moderno, del siglo XX, o incluso, horror, del siglo XXI. Este es el caso del último que he leído, The dying animal (El animal moribundo, para los que no están instruidos en la augusta lengua de Shakespeare), de un tal Philip Roth.
Con objeto del estreno de una película basada en la novela, recordé que en una carta, una de las infames recomendaciones de mi rival Miss Minkoff, había sido, precisamente, The dying animal. Busqué en Internet información sobre su autor, y leí que es uno de los más reconocidos por parte de la crítica actual. Debí haber desconfiado de su supuesta calidad al leer la información en ese invento maléfico que es la Wikipedia (con el que tuve problemas como recordará el lector avispado y fiel). No obstante, me dispuse a leer el libro, aunque sin abandonar mis habituales reservas, que en este caso, fueron más que justificadas.

The dying animal es un libro indecente y despreciable, y carente de geometría y de teología como pocos he leído. La representación de la relación entre un maduro profesor universitario y una joven estudiante no puede ser más desagradable, con excesivas descripciones de actos sexuales con superabundancia de fluidos, unas descripciones que me temo sólo pueden agradar a gente con mal gusto, a señoritas como mi eterna rival, que molesta constantemente a la gente decente con sus apologías de la menstruación y sus soflamas a favor de la actividad sexual frenética.
Atónito ante tal despliegue de erotismo exacerbado, y extraño para mí debido a mis ascéticas costumbres y a mi decencia, me vi obligado a leer el libro hasta el final, sólo para comprobar hasta qué nivel de degradación llegaba. Afortunadamente, el clímax de la inmundicia estaba hacia la mitad del libro, y no sufrí en exceso con el resto.

Lo único que puedo decir a su favor es que alguna descripción del cuerpo femenino resultó vagamente estimulante, y que el libro representa muy bien el nivel de bajeza que impera por lo general en esa institución terrible que es la Universidad, con la que tuve una relación conflictiva, ya que me proporcionó valiosos conocimientos, pero a la vez es uno de los lugares en los que he conocido más ignorantes y gente de mal gusto. Como la señorita Minkoff, que debería dejar de leer inmundicias y coger La consolación de la filosofía, como voy a hacer yo ahora para olvidar esta traumática novela de Roth y sus descripciones espeluznantes.

Hasta pronto, lector.

Ignatius J. Reilly, crítico implacable

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra que existan en este mundo hombres como tú, Ignatius. Iluminados que nos advierten de las inmundicias del mundo para que podeamos escapar de ellas. Ten por seguro que no cogeré ese libro repugnante. De hecho, no voy a coger ningún libro nunca más.
gracias Ignatius, me has ayudado.

Anónimo dijo...

Veo que en este blog se conjuran bastantes necios/as. Dejo este post sólo para decir lo mucho que detesto a los autores muertos, y a la mayoría de los vivos también. De hecho, creo que mi cometido en el mundo es erradicar a la escoria literata de la faz de la Tierra. Ignatius, a ti te detesto en mayor medida, pronto llegaré a tu casa, acabaré con tu madre y te dejaré morir de inanición. Amen.

Anónimo dijo...

Ignatius. Que nombre. Quien te paga y para que? Mejor dicho, de que hueco salieron uds?