viernes, 16 de mayo de 2008

Satisfacción

Estimados lectores:

La Rueda de la Fortuna ha girado a mi favor. Estoy muy satisfecho al ver los números crecientes que van apareciendo en el contador a una rapidez vertiginosa conforme ustedes entran en el blog. Eso significa que tienen la voluntad de instruirse con mis reflexiones. Por ello, como ven, he aumentado mi frecuencia de publicación de entradas, y de momento no les voy a cobrar.

Sigan leyéndome. Les aguarda aquí un tesoro de sabiduría.

Atentamente,

Ignatius J. Reilly, internauta satisfecho



Nota sanitaria. Estado de la válvula: abierta.

jueves, 15 de mayo de 2008

Enternecedora, Wendy Sulca


Estimados lectores,
Hoy quiero compartir con vosotros esta maravilla del mundo moderno, Youtube, que por los designios poderosos de Dios y Fortuna me han llevado a contemplar ante mis anonadados y cansados ojos (tras horas de visionado de la pantalla) una hermosa niñita, de melodiosa voz, que a punto a estado de arrancar mis prejuicios de viajar a esos países tan extraños de sudamérica.



Me ha encantado "La tetita", me recuerda a mi tierna infancia, cuando de mi madre todavía manaba leche y no insultos y reprobios hacia mi persona. Me alegra que todavía queden personas en el mundo con sensibilidad y halagos hacia la institución materna, que tanto respeta y ampara la Monarquía. Es un ejemplo para las sociedades corruptas de hoy en día que nada quieren saber de embarazos no deseados y sólo buscan el placer frugal. Puaj. La válvula se cierra sólo de pensarlo. He de reconducir mi mente. Voy a volver a ver el vídeo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Países decentes

A raíz de la insultante carta que recibí de la señorita Minkoff, y debido a su descarada manía de poner en relieve lo que ella considera mis defectos (es demasiado obtusa para comprender que estoy a un nivel diferente y que, por tanto, lo que para ella son defectos en mi mundo de sapiencia son virtudes), he dedicado más tiempo a pensar en la posibilidad de viajar a otros países.

No es que vaya a viajar a otros países. De hecho, si algún día viajo a otros países enviaré primero una exhaustiva carta a sus dirigentes para que sepan de mi llegada y me reciban como se merece un intelectual de mi categoría. De momento, me he conformado con reflexionar al respecto de la posibilidad de, como decía, viajar a otros países, y he acabado por concluir que todos los países son inmundos y no merecen mi presencia. Aún así, la conclusión no está exenta de excepciones: esos países que por sus características especiales, más elevadas, podrían llegar a ser menos inmundos que el resto de países inmundos de este mundo de inmundicias. Estos países, subrayo, serían España e Inglaterra.

El poco avispado lector se preguntará por qué. Elemental, queridos amigos: la monarquía. Esa forma espiritual en que se manifiestan los poderes de antaño, que aún perviven aunque sea en forma de fantasmas inconsistentes que recorren las veredas de la socialización más hórrida y detestable. La Monarquía hace que los países que la poseen sean más distinguidos y bellos, más medievales, y por tanto más integrados en el marco geométrico y teológico ideal. Por supuesto, si yo viajara a España, lo primero que haría sería ir a visitar al rey. Tras enseñarle a hablar en inglés para que pudiéramos comunicarnos, le explicaría con mis enviadiables artes dialécticas lo profundamente admirado que me sentiría ante el hecho de que figuras como él aún resistan los golpes despiadados del horror de la modernidad. Luego tendríamos una amena charla sobre Boecio y, al final, me nombraría Conde Duque de Olivares II, porque yo elegiría mi nombre. Una vez solucionados estos trámites previos, lo acompañaría a ver una corrida de toros, gritaríamos "¡Olé!" todo el rato y comeríamos paella (tengo entendido que la paella es un tipo de pájaro ancestral de dos cabezas que sólo se puede comer en España, acompañado de arroz y pimientos de padrón).

En cuanto a Inglaterra, estoy seguro de que la reina me recibiría con los brazos abiertos. Yo le explicaría mis proyectos de conquista, para reestablecer el Imperio Británico y devolver la geometría medieval al Universo (no)civilizado (no hay que olvidar que nuestro idioma en común facilitaría más la comunicación, con lo que las expectativas pueden ser más elevadas en este caso) y ella me escucharía muy interesada, diciendo mucho que sí con la cabeza y concluyendo con un admirado: "me lo pensaré". Luego iríamos a la caza del zorro con ilustres sires ingleses que, al acabar, me llevarían a un club selecto para fumar mucho tabaco y beber mucho licor inglés.

Esto es lo que yo haría si, en algún momento de mi vida, destinada a grandes cosas, me avengo a poner un pie en otros países. Porque en cuanto al resto de países del mundo, no merecen ni siquiera una mención educada. Son inmundos y deben desaparecer.

Fdo. Ignatius J. Reilly, viajero intrépido.

La infame Miss Minkoff

Estimados lectores:

Les he mencionado en un par de ocasiones a la infame señorita Myrna Minkoff, mi antigua compañera de universidad y actual gran rival, y les comenté que no sabía nada de ella. Pues bien, me ha enviado un aterrador correo electrónico, así como una foto terrible, desde España, donde se halla en estos momentos paseando sus leotardos negros y su indecencia.
A continuación, les muestro unos extractos de lo que me ha escrito para que vean de qué calaña es esta descarada joven.

“Señores:”

Myrna tiene la costumbre de escribir más a editores que a gente respetable, y por eso en sus cartas suele poner este ofensivo encabezamiento.

“He tardado en contestarte porque no estoy en casa. Actualmente estoy inmersa en un viaje de aprendizaje cultural y espiritual por el Viejo Continente, concretamente por España, un país del sur de Europa. Ahora mismo te escribo desde un locutorio en la ciudad de Granada.”

Conozco de sobra el emplazamiento geográfico de España, M. Minkoff. Pobres españoles. Siento una vaga simpatía por su país, ya que todavía tiene monarquía y eso lo hace aceptable desde mi punto de vista. Pero de eso hablaré en otro post que dedicaré a mis impresiones sobre el insolente y cínico mundo de la política. Ahora volvamos a su e-mail:

“Sobre tu blog, considero muy positivo que intentes salir de tus costumbres y tus cuadernos y te abras un poco al mundo, aunque recuerda que eso no sustituye la vida real, las experiencias reales. Tienes que salir de casa.”

Puaf.

“He leído tus entradas, Ignatius, y me he quedado francamente preocupada con la de la reseña de la película Lars y una chica de verdad, y tus insinuaciones sobre la muñeca… sabes lo que pienso al respecto, necesitas una experiencia sexual real y satisfactoria, como muchas veces te he dicho. Eso purificaría tu mente y tu cuerpo.”

¡Qué inexplicablemente ofensiva y descarada!

“Bueno Ignatius, se me acaba el tiempo aquí. Además, me siento un poco incómoda porque hay un joven cerca mirando pornografía común –nada de performances reivindicativas-, y tengo que ir a quejarme, sabes que no soporto estas manifestaciones rancias del machismo más casposo.”

Parece que por fin va a hacer algo decente.
Uf. Mi válvula se ha encogido por la impresión del correo de Myrna y por el esfuerzo que ha supuesto la escritura de este post. Así que les dejo por hoy. Pero para que me perdonen que sea un poco abrupto, les obsequio con una frase estupenda para que reflexionen un poco, que falta les hace, pues imagino que sólo leen este blog y nunca cogen un libro:

La ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas. (Confucio. Filósofo chino)

Fdo. Ignatius J. Reilly. Blogger cansado

martes, 13 de mayo de 2008

Odisea por un Amstrad. El desenlace

Aprovechando que el leve descenso del tanto por cien de inmundicias a las que me veo sometido últimamente (téngase en cuenta que no hago esta aseveración de corte científico más que para manifestar mi supremo desprecio contra todo tipo de ciencia no secular) me ha puesto de un humor más o menos aceptable, he decidido continuar mi “Odisea por un Amstrad” donde la dejé.

Decía que entré en una tienda de electrodomésticos donde se me trató de manera sumamente inaceptable, teniendo en cuenta mi comportamiento y dicción envidiables. Pasaré pues rápidamente sobre este episodio de vergüenza y decadencia moderna y simplemente diré que salí del antro inmundo con una negativa (al parecer ni siquiera venden ordenadores junto a lavadoras en este mundo odioso y falto de geometría) y con las manos tan vacías como había llegado. No me arreglaron el ordenador porque, según el viejo chocho que me atendió “allí de eso no entendían y que si quería un lavaplatos bien, pero que para máquinas modernas me fuera a un centro de electrónica”. Una vez más me veo obligado a poner de manifiesto las incongruencias de esta sociedad despreciable que tan pronto te deslumbra con su diabólica inventiva como te muestra sus infames y descaradas limitaciones.

Así pues, salí de la tienda de electrodomésticos y muy penosamente me avine a tomar un taxi para transportar el ordenador (carrito incluido) hasta el centro, lo que me permitió descansar mis potentes y cansadas piernas durante varios minutos antes de ponerme en marcha de nuevo. Al bajar del taxi lo primero que hice fue buscar un banco en el que aposentarme, y dado que no encontré ninguno me dejé caer en un portal y me comí un segundo bocadillo, para recuperar las fuerzas tanto físicas como morales. Al cabo de esta refrescante actividad pude retomar mi valiente odisea y me puse a buscar una tienda de electrónica.

Si el lector es avispado recordará mi primera entrada, donde haciendo gala de gran habilidad narrativa (leer basura moderna proporciona una gran perspectiva sobre el tato del suspense en la literatura, y al fin y al cabo por Internet sólo me van a leer incultos que necesitan esta clase de juegos narrativos para disfrutar de cualquier texto escrito) me atreví a adelantar algunos acontecimientos. Decía en aquella primera entrada que en la tienda de electrónica tampoco me ayudaron en un principio, pues el jovenzuelo descarado que me atendió aseguraba que mi Amstrad no servía para conectarse a Internet. Me indigné tanto que no pude menos que soltarle un discurso edificante y muy ilustrativo sobre la modernidad y sus contradicciones flagrantes, en el transcurso del cual cité varias veces a Boecio y una a Alfred Hitchcock, por lo del suspense (y no porque apruebe en lo más mínimo ninguna de sus películas, que son en su totalidad insultantes y faltas de buen gusto). El chico aprendió la lección y al acabar yo mi discurso casi me rogó de rodillas que le dejara mi Amstrad para arreglarlo. Incluso me vendió por muy buen precio un ordenador nuevo que, aseguró, sí me serviría para conectarme a Internet.

Así pues, como un auténtico pionero, ahora cuento con dos ordenadores de mi propiedad ambos en perfecto estado de funcionamiento. Y os preguntaréis: ¿cómo conseguiste, Ignatius, los portentosos conocimientos que te permiten manejarte por la web con tal gracia y sapiencia ejemplar? Eso es otra historia, así que será contada en otra ocasión.

Concluye aquí mi “Odisea por un Amstrad”, a las puertas de mi sesión televisiva diaria. Si es lo bastante inmundo el programa que vea publicaré una crítica más tarde. Si no, simplemente comeré.

Fdo. Ignatius J. Reilly, internauta pionero.