viernes, 18 de abril de 2008

Odisea por un Amstrad

Pasadas estas 24 horas reparadoras de sueño ininterrumpido (oh, como los antiguos héroes medievales me veo obligado a buscar descanso en los lugares más insospechados, pues mi pérfida madre amenaza siempre con despertarme y sólo con este vil propósito permanece al acecho) considero necesario retomar la tarea donde la dejé. Justo a las puertas de este periplo de terrores al que llamaré “Odisea por un Amstrad” y que firmaré con mi augusto nombre, solo por si acaso.

Decía que, con la intención de llevar mi viejo Amstrad a arreglar, y siempre con la idea de desbancar a Myrna de su pedestal de ignorante pedantería, dejé mi casa y, cual caballero de renombre, me lancé a las calles de Nueva Orleáns sin vacilación ni contemplaciones. Como no me parecía apropiado transportar aquel aparato, símbolo de la modernidad decadente, con mis propias manos, utilicé un viejo carrito metálico que mi madre utilizó en tiempos mejores (cuando los seres elevados y de categoría superior como yo no se veían forzados a trabajar en miserables cubículos rebosantes de decadencia) para transportarme. De ese modo encaré la dura prueba que me aguardaba con el buen ánimo del guerrero vencedor.

Transcurridos 500 metros y fatigado por el terrible esfuerzo físico al que me sometía me avine a descansar en un banco que me ofrecía su horizontal superficie con intolerable coquetería. Aposenté mi figura magnífica sobre aquel oasis improvisado y desenvolví el bocadillo de la comida. Descansé una hora antes de seguir andando porque el bocadillo era grande y porque el maldito banco había ido a caer justo delante de una tienda de electrodomésticos que mostraba insolente toda su gama de nuevos televisores en color al incauto paseante. En cuanto me percaté de ello, la repugnancia de las emisiones y de los programas que las configuraban me obligó a quedarme allí y terminar de ver aquel agravio al intelecto, aquel insulto a la teología y la geometría, que era mi deber erradicar. Pasada la hora, aún dediqué otra media a reflexionar sobre la inmunda modernidad antes de ponerme en pie.

Se me ocurrió entonces que en la tienda de electrodomésticos sabrían qué hacer con mi Amstrad. Decidí entrar y comprobarlo. Una vez dentro…

Veo que es hora de ir al cine. Tengo entradas para una abominación en technicolor que no me puedo perder. Seguiré mañana, pero antes dejaré que admiréis el éxito de mis esfuerzos. He aquí mi Amstrad en todo su explendor:

ANTES

DESPUÉS


Fdo. Ignatius J. Reilly. Informático emprendedor.

lunes, 14 de abril de 2008

De cómo Ignatius dio el salto a la web 2.0

Bienvenido, amable lector.

Te preguntarás, ¿por qué este blog? Verás, hace unos años coqueteé levemente con la informática, debido a que un caradura sin escrúpulos me vendió un engendro al que él llamaba procesador de textos. Pero ante la inestabilidad del soporte informático, que me hizo perder valiosas conclusiones a las que había llegado, y la imposibilidad de obtener disquetes de 3 pulgadas cuando pasó un tiempo, me volví satisfecho a mis cuadernos Gran Jefe, mucho más perdurables que estos inventos del siglo XX.

Hace un tiempo, me enteré de que existía Internet, y de que existían los blogs o bitácoras, que mucha gente utiliza para contar todo tipo de indecencias que se les pasan por la cabeza. Algunas reflexiones, y el que la infame Miss Mynkoff, eterna rival mía, tenga un blog, han sido estímulo para que me decidiera a crear esta web, que nace con el objetivo de difundir mis reflexiones y mi trabajo, aunque seguiré con mis cuadernos que servirán de base a una obra en papel de mucha más enjundia.

Rescaté mi viejo Amstrad del trastero, y lo lleve, fatigado, a un local de informática cercano, donde un jovencito con acné me aseguró que eso no servía para conectarse a Internet. Se me cerró la válvula de golpe. ¿Cómo que no servía? ...





Ésto me recuerda, mi válvula no da más de sí. Seguiré otro día.