sábado, 24 de mayo de 2008

La Caja Infame

A raíz de mi nueva condición de objeto de mofa y burla por culpa del uniforme de Vendedores Paraíso, Incorporated, me he sentido últimamente algo más enfermo de lo normal. La válvula se me cierra a menudo, estoy tan cansado que mis 13 horas de sueño diarias no son suficientes y me he visto obligado a ampliarlas a 16, y los ojos me duelen de vez en cuando, sobretodo después de mis cada vez más dilatadas sesiones televisivas. Para colmo, mi viejo explotador ha notado la mengua de bocadillos de salchicha y me ha amenazado con despedirme, con lo que ni siquiera puedo calmar mis penas con la diligente medicina de productos Paraíso. Es evidente que la rueda de la Fortuna desciende en picado para mí. Hoy no he tenido más remedio que quedarme en casa porque la válvula no me dejaba vivir, así que, hacendoso como soy, he dedicado mis valiosas horas de descanso a la dolorosa tarea de analizar el panorama televisivo. Tras 8 horas ante esa caja infame repleta de residuos culturales, banalidades initerrumpidas y escombros detestables, he acabado por concluir que la televisión es uno de los males de nuestro tiempo y debería desaparecer.

He notado que algunos programas en concreto se llevan casi todo el protagonismo en el panorama televisivo actual: series, los llaman, aunque distan mucho de ser esos productos culturales que antaño nos mantenían semana tras semana pegados al televisor, por aquel entonces no tan desagradable. En mis ocho horas de exhaustivo análisis he podido ver alguno de estos engendros. Ya no se hacen series como las de antes. Ninguna de estas aberraciones pseudo-progresistas está a la altura de clásicos imperecederos tales como Bonanza, por poner un ejemplo. Ahora las series están plagadas de indecencias: sexo, violencia, sangre, enfermedad, traición... pero sobretodo sexo. Es absolutamente intolerable la bajeza de estos programas, que exhiben los más indignos instintos humanos como si debieran ser motivo de regocijo y diversión. Esta sociedad decadente me indigna cada día más.

Como todavía no he visto demasiadas series, hoy sólo voy a comentar una que me ha llamado la atención por su especial descaro y exhibición de mal gusto. Va sobre un doctor cojo con un nombre absurdo que se dedica a denigrar a sus pacientes y a hacer comentarios jocosos sobre toda hembra que cae ante su vista, lo que parece resultar muy divertido a los jóvenes de hoy en día. No es que este personaje en si sea del todo detestable, de hecho tenemos muchos puntos en común: el genio, la elocuencia, la perspicacia, el ingenio, el espíritu rebelde, la imponencia... pero me resulta del todo inadmisible que semejante ser, con tal potencial intelectual y geométrico, se dedique a manifestar abiertamente su desprecio por toda forma de teología y que destine sus horas muertas a jugar con máquinas de videojuegos (otro cáncer de la sociedad del que hablaré próximamente), a ver bazofia televisiva, a drogarse con calmantes (uno de los aspectos más odiosos de esta indignante creación es su obstinada y descarada apología de las drogas. Para ilustrarla he puesto la imagen que el poco avispado lector podrá observar en la cabecera, donde, con un descaro que raya en lo intolerable, se muestra al protagonista "nadando" en una bañera de droga juvenil y depravación) y a intentar curar a gente que, desde cualquier punto de vista, merece morir por su indecencia. Por otra parte, la constante exhibición de escotes y faldas cortas por parte de la directora del hospital me ha puesto tan nervioso que he tenido que apagar el televisor e irme a mi habitación. Los productores no tienen vergüenza.

Otro día hablaré de algún otro engendro que he visto por ahí. He notado que la gente iteligente sabe cómo piratear material televisivo para verlo en las pantallas de sus ordenadores... si aprendo a hacerlo, y os aseguro que dado mi intelecto privilegiado así será, podré dedicar más tiempo a mi tarea de crítico televisivo, ampliando las 8 horas de visionado a 12 por lo menos. En cuanto tenga a mi disposición toda la basura que hoy se emite y la haya visto, podré elaborar críticas más concienzudas. Esto me permitirá poner en su sitio a esta caja de pandora que es la televisión, que de ser tonta y enlentecer el pensamiento de los jóvenes, ha pasado a ser infame, y a deformar y estropear dicho pensamiento con indignante descaro. Mi ira les enseñará.

Fdo. Ignatius J. Reilly, intelectual con perspectiva

Horror laboral

Desde luego, Vendedores Paraíso Incorporated ha llegado al punto cúlmine de la explotación laboral que ejercen sobre su mejor trabajador: YO

Al informatizar su reducida base de datos y comenzar a recibir encargos de salchichas por internet, mi trabajo se ha multiplicado y he de desplazarme por toda la ciudad repartiendo pedidos a tipos de los más desagradables. Por supuesto, tan sólo llegan a su destino 1/100 hotdogs, el resto son debidamente engullidos por mi desalentado ser.

Pero mi terrible amo, ese salchichero apestoso se ha propuesto denigrar mi cuidada imagen y pretende que me ponga este nuevo uniforme que según él, aumentará las ventas de este negocio en declive

Les informaré de las luchas sindicales que he de ponerme a urdir, las estrategias para desmoronar imperios logísticos son mi especialidad.
Salvajemente, Ignatius.

viernes, 23 de mayo de 2008

La prueba

Amables lectores:
He encontrado en Internet la prueba irrefutable de que yo debería ser nombrado el Conde Duque de Olivares II.
Observen este bello cuadro del primer Conde Duque, con ese porte, ese bigote, esa robustez elegante, que tan similar lo hace a mí.
Hoy me voy satisfecho a dormir.








Nota sanitaria. Válvula abierta.

jueves, 22 de mayo de 2008

Los autores muertos y el animal moribundo

Hoy les quiero ilustrar con un precepto fundamental: la literatura actual es pura bazofia. Yo, en mi ilustre biblioteca sólo tengo libros de autores que murieron hace 100 años como mínimo. No, lectores. No tiene nada que ver con la necrofilia, es que la única forma de asegurarme de que voy a leer un libro aceptable y decente es que su autor pertenezca a otros tiempos mejores que esta repugnante modernidad.

No obstante, y para que vean lo abierto de miras que soy, de vez en cuando cojo un libro moderno, del siglo XX, o incluso, horror, del siglo XXI. Este es el caso del último que he leído, The dying animal (El animal moribundo, para los que no están instruidos en la augusta lengua de Shakespeare), de un tal Philip Roth.
Con objeto del estreno de una película basada en la novela, recordé que en una carta, una de las infames recomendaciones de mi rival Miss Minkoff, había sido, precisamente, The dying animal. Busqué en Internet información sobre su autor, y leí que es uno de los más reconocidos por parte de la crítica actual. Debí haber desconfiado de su supuesta calidad al leer la información en ese invento maléfico que es la Wikipedia (con el que tuve problemas como recordará el lector avispado y fiel). No obstante, me dispuse a leer el libro, aunque sin abandonar mis habituales reservas, que en este caso, fueron más que justificadas.

The dying animal es un libro indecente y despreciable, y carente de geometría y de teología como pocos he leído. La representación de la relación entre un maduro profesor universitario y una joven estudiante no puede ser más desagradable, con excesivas descripciones de actos sexuales con superabundancia de fluidos, unas descripciones que me temo sólo pueden agradar a gente con mal gusto, a señoritas como mi eterna rival, que molesta constantemente a la gente decente con sus apologías de la menstruación y sus soflamas a favor de la actividad sexual frenética.
Atónito ante tal despliegue de erotismo exacerbado, y extraño para mí debido a mis ascéticas costumbres y a mi decencia, me vi obligado a leer el libro hasta el final, sólo para comprobar hasta qué nivel de degradación llegaba. Afortunadamente, el clímax de la inmundicia estaba hacia la mitad del libro, y no sufrí en exceso con el resto.

Lo único que puedo decir a su favor es que alguna descripción del cuerpo femenino resultó vagamente estimulante, y que el libro representa muy bien el nivel de bajeza que impera por lo general en esa institución terrible que es la Universidad, con la que tuve una relación conflictiva, ya que me proporcionó valiosos conocimientos, pero a la vez es uno de los lugares en los que he conocido más ignorantes y gente de mal gusto. Como la señorita Minkoff, que debería dejar de leer inmundicias y coger La consolación de la filosofía, como voy a hacer yo ahora para olvidar esta traumática novela de Roth y sus descripciones espeluznantes.

Hasta pronto, lector.

Ignatius J. Reilly, crítico implacable

miércoles, 21 de mayo de 2008

Decente infancia

Ingratos lectores,

Rebuscando en mi carcomido y caótico armario, con la esperanza de hallar alguna fotografía o grabado que me recordara a un viejo amigo, mi perro Max (desgraciadamente, pues era el único ser inteligente en esta casa a parte de mí, murió hace algunos años ya), encontré otro tesoro para mi fortuna:



"El Maravilloso Mago electrónico" es un juego de lo más educativo y divertido, seguramente le debo a él parte de mi sapiencia y alguna empresa de juguetes debería volver a comercializarlo para aumentar, aunque fuera minimamente, el coeficiente intelectual de los niños de hoy en día que por ejemplo, ante una de las preguntas del maravilloso mago:
¿Quién fue el más célebre viajero de la Edad Media?
Responderían con ese aire altivo típico de los niños, Harry Potter.
O peor, Mario Bros.

Bueno, quizás no escriba nada durante unos días. Estaré ocupado con este descubrimiento inesperado.

Fantasía abominable

Temo profundamente que mis constantes y, últimamente, cada vez más frecuentes arrebatos de ira, puedan llegar a sumergir este blog, que debería ser un fresco y chispeante reflejo de mi sapiencia, en una especie de tedio monotemático que pueda llegar a cansar al (poco avispado) lector. Pero aún así debo ser fiel a mis principios, a mi noble causa, que es la del hombre que ve la inmundicia que nos acosa y nos ahoga y se siente en su deber al tratar de erradicarla y desterrarla para siempre a donde ya no pueda sentirse su hediondo perfume. Por eso voy a hablarle hoy, poco lúcido pero apreciado (intelectualmente) lector, de la literatura fantástica.

No hay cosa más depravada, más deformante, más falaz y peligrosa que la literatura de fantasía. La literatura debería, según mi forma de entender este mundo indecente, ser guía y camino para los perdidos, ser el faro que nos lleve a buen puerto y nos permita seguir la vía de la rectitud, la decencia y la geometría. La literatura, pues, ha de ser veraz. El mismo concepto de "literatura fantástica" es ya un híbrido lo bastante horrendo como para que se nos permita mostrar, ante su mención cacofónica, la más profunda y explícita repulsa. Entenderá pues, lector (no muy atento), que deba yo, hombre de principios, denunciar la existencia de ciertas obras "de fantasía" que ensucian las ricas veredas de la palabra. Estas obras son El Señor de los Anillos y Harry Potter.

Me leí las dos sagas en dos días, repitiendo algunos de los pasajes para tomar las notas adecuadas y elaborar una buena crítica. Al término de dicha actividad, estaba tan próximo a la arcada, que tuve que comerme tres bocadillos de salchicha para poder recuperarme. No sé por donde empezar a mostrar mi indignación. Por una parte querría destacar el hecho de que todo cuanto se cuenta en estos libros es MENTIRA, y que si se lo han creído tienen todo el derecho a sentirse frustrados, furiosos y enajenados. Son libros perniciosos, que hacen apogeo de la brujería (el niño ese, Harry Potter... deberían cogerlo y enterrarlo donde nunca brille el sol, para que deje de perturbar a su pobre tío Vernon, hombre decente como el que más y un auténtico modelo de lo que debe ser un espíritu emprendedor, y a su tía Petunia, mujer de perfil y planta intachables) y de la herejía, y presuponen que en este mundo pueden existir seres tan deformes como los enanos o los orcos y pasearse por ahí. El hecho de que un señor bajito y arrugado pueda sentarse algún día a mi lado en el autobús me horroriza profundamente... ya no digamos si es verde. Estas cosas deforman la imaginación de los niños, engañan la mente de los adultos y trastornan la realidad. Deberían arder en la hoguera juntoa sus creadores.

En días como este, es cuando más hecho de menos el perfecto régimen medieval. Ah, Boecio, no desesperes. Algún día tu doctrina prevalecerá y recuperará su perdido esplendor. Hasta entonces, yo destaparé los vicios por ti. Pero ahora, si me lo permite el (no demasiado listo pero fiel) lector, debo dormir seis horas para recuperarme. La ira me cierra la válvula.

Fdo. Ignatius J. Reilly, defensor del orden teológico.

martes, 20 de mayo de 2008

Juzguen ustedes

Estaba organizando mi cuenta de correo electrónico cuando encontré un correo de Myrna de hace casi un mes en la carpeta de "correo no deseado", donde había ido a parar gracias a la decencia de Hotmail o a la intercesión de Fortuna, y de donde nunca tendría que haber salido.
Juzguen ustedes su contenido, que incluye la foto que ven. Juzguen ustedes, yo no diré nada.


Señores: Ignatius, hace unos días me acusabas de no haberme labrado un porvenir. Pues bien, esta es la prueba de que sí, y de que tengo un futuro brillante por delante como diseñadora. Lo que ves son unos modelos de ropa interior de inspiración sadomasoquista, realizados con lana virgen, pensados para ser cómodos, y también para hacer reflexionar (ya sabes, inspiración sadomasoquista, lana virgen…). Los venderán bajo el nombre comercial "Venus in wool", en la próxima campaña de Navidad de Ann Summers, una tienda que tú no conoces de momento, pero que te sería muy bueno conocer, te ayudaría a mejorar tu estancada sexualidad. Cuídate

M. Minkoff

Lectores, ahora voy a ocuparme con actividades más elevadas. Voy a seguir escribiendo la fantasía sociológica en la que estoy inmerso, una gran obra que contendrá verdades reveladoras sobre la cosmología actual y el modo en que vive la gente su identidad en esta sociedad vertiginosa y decadente.

Saludos

Ignatius J. Reilly

lunes, 19 de mayo de 2008

Lamento el hecho de que algunas personas existan

Ya lo predijo Rosvita en el año 1000 a.C en su magnánima leyenda de “Theophilus”, donde narraba la trágica decisión del joven archidiácono, que acaba por pactar con el diablo y su corrupto séquito para satisfacer sus apetitos intelectuales.
No, yo no seré tan desgraciado como para renunciar a la castidad y obediencia que ejemplifican mi caracter e iluminan a los hombre débiles que azotan la Tierra.
He de seguir el camino recto que me marque Filosofía, como Boecio, que en los peores momentos de su encarcelamiento le sirvieron de consuelo y aliento.

La Iglesia Evangelista americana que se muestra en el catártico film Jesus Camp no va a modificar mi moral. Ja, como lo conseguiría, ¿con ataques epilépticos colectivos?, ¿acaso las lágrimas que arranca el pecado del alma de los inocentes? ¿con familias felices exorcizadas por dudosas religiosas? Todo eso me repugna, la corrupción del ser humano es infinita en sus variantes y me niego a creer lo que ven mis ojos en esa pantalla llena de electrodos desintegrados.

Sí, la voz poderosa de Rosvita, la literatura sacra y las salchichas és lo único que debería devolver la calma a nuestras agitadas almas.

Desde el claustro interior, Ignatius.

Les dejo el trailer para que se estremezcan:



domingo, 18 de mayo de 2008

Informática decente

Amables lectores:

Hoy estoy lleno de gozo, pues he visto que Internet no es tan indecente como yo pensaba.
He encontrado la web de los que diseñaron el software Loco Script. Para todos los que sólo usan los programas modernos y en color, Loco Script es el software con el que funciona mi Amstrad, ese estupendo ordenador que con su sencilla pantalla verde, es un símbolo de mi propia sencillez, y un reducto de tiempos mejores para la informática y para la vida en general. Desde esta página todavía se puede comprar software para esta encantadora máquina, así como otros accesorios, y versiones del programa para engendros modernos. Sí, quizá pueda con alguno de estos programas por fin conectar el Amstrad a Internet, y deshacerme de la infame máquina nueva que me vendió el chico de la tienda, que a buen seguro ignoraba la existencia de esta página web.

Ignatius J. Reilly, informático experto