miércoles, 4 de junio de 2008

Un país como Dios manda

Ayer, mientras escuchaba la radio por motivos geométricos (un aparato inventado en el siglo XIX es de lejos mucho más geométrico que cualquiera inventado en el XX, como las cámaras de cine, la televisión o los ordenadores) adquirí conocimiento de la existencia de un maravilloso país que hasta el momento me era del todo desconocido. Este país, eslavo y fronterizo con Rusia, se llama Kapriszkavia, y debería ser ejemplo para todos los demás países odiosos que envenenan la comunidad internacional con sus regímenes no monárquicos y virtualmente democráticos.

Kapriszkavia es un país poblado mayoritariamente por cabras, animales de gran dignidad que nos ofrecen su leche a cambio de unos puñados de hierba y que encarnan los valores más importantes de la antigüedad, representados en actividades tan nobles como el pastoreo de cabras, el consumo de leche de cabra, el comercio de cabras y, en general, cualquier actividad humana relacionada con las cabras, por indecente que esta sea. En Kapriszkavia también viven otras formas de vida más detestables, como los mosquitos, las ranas de charca, los gatos monteses, los osos pardos y los seres humanos. Estos últimos, si bien hasta hace poco se mantenían en harmonía con el maravilloso orden natural que les había sido dado, han optado por abrise a la modernidad y se están volviendo los más detestables de todos. Se han atrevido incuso a instaurar un régimen democrático SIN rey. Me siento triste.

Aún así, la escasa población humana de Kapriszkavia y su tendencia a habitar en poblados aislados construidos sobre piedra virgen o bajo el amparo de las montañas, en grandes cuevas neolíticas, además de su dedicación a las cabras, convierten este pintoresco país en un destino turístico de gran interés para mi persona. Me gustaría perderme por los vastos campos con mis cuadernos Gran Jefe y escribir algún ensayo elogiando los modos de vida, usos y costumbres tradicionales, especialmetne vinculados a las cabras o, si se tercia, a las vacas y ovejas. Y como allí vive tan poca gente, nadie me molestaría. Lo único preocupante es el suministro de salchichas... tendría que llevarme un buen surtido de aquí para poder sobrevivir. La leche de acabra es un manjar que se disfruta más si se toma en pocas cantidades.

Sí, decididamente, tengo que viajar allí.

Fdo. Ignatius J. Reilly, Viajero intrépido.

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